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Me tienen que disculpar ustedes, pues hay algunos temas en los que de vez en cuando me repito, y lo sé. Me refiero hoy al de las mujeres muertas por la violencia doméstica.
Creo que fue a finales del año pasado cuando les escribí aquel artículo titulado “Sesenta hombres sin piedad”, ya que los asesinatos de mujeres en el 2008 a manos de sus maridos, ex maridos, compañeros sentimentales, ex compañeros sentimentales, novios o ex novios estuvieron en torno a esa escalofriante cifra. Y en él llamaba la atención de que cuando dan en los noticieros el balance continuo de víctimas de la ira machista, lo hacen como si fuera una fatalidad más: como cuando dan la tasa de paro, o el desplome de la bolsa. Y también me atrevía a insinuar entonces que si en vez de ser mujeres anónimas, muchas de ellas inmigrantes, fueran generales, políticos de alto cargo o jugadores de primera división, la cosa cambiaría como de la noche al día.
Ahora estamos en setiembre y el martes este pasado, un guardiacivil, un tipo cobarde como todos los que cometen estos delitos, ha matado a su mujer de cuatro tiros dentro de su propia casa (presuntamente y todo lo que se quiera, pero ésta la víctima número cuarenta en lo que va de año). No sé ustedes, pero yo estoy en que esto es un terrorismo peor que el de la gentuza esa del norte. Y también estoy en que se está perdiendo el tiempo con las tímidas medidas de paños calientes que se toman al respecto (y eso cuando se toman).
La primera reflexión sobre este asunto es que no se le concede por parte de todos la trascendencia que realmente tiene. No se le cataloga, al menos políticamente, como una de las formas más abyectas de terrorismo. Pues inventaron eso de la “violencia de género” (una deformación del inglés) para denominar este tipo de conductas violentas, pero la verdad es que no hay mayor terror que el que se produce dentro de tu propio hogar, a puerta cerrada, y proviene de quien debería quererte y respetarte más que ninguna otra persona.
La prueba de que no se le da la importancia que debería dársele es que cuando la gentuza esa del norte pone una bomba y mueren personas inocentes, rechinan mucho más los engranajes sociales: los políticos hacen declaraciones de condena, los ministros asisten al entierro con las caras largas y hasta el Presidente del gobierno gobernante deja caer alguna frase rotunda sobre el destino carcelario que les espera a los asesinos; además se convocan manifestaciones populares que sirven para crear concienciación sobre el problema. Sin embargo nada de eso ocurre cuando van enterrando, una y otra y otra, semana tras semana, las mujeres asesinadas. No sale en estos casos, que yo sepa, el ministro de turno responsable de la seguridad ciudadana reconociendo que esto no puede ser y que habrá que tomar inmediatamente otras medidas. No sale el Presidente del gobierno gobernante declarando que ante este evidente fracaso social habrá que cambiar las leyes de arriba a abajo y hacer todo lo humanamente posible para atajar esta vergüenza nacional. Y no sale nadie, sencillamente, porque esta cosa de que mueran mujeres en la más completa indefensión a manos de sus machos o ex machos cobardes, se asume socialmente como una fatalidad más, como los accidentes de tráfico todos los fines de semana o como las bombas que ponen los talibanes en Afganistán.
La segunda reflexión es que esta violencia contra la mujer ha de entenderse con un componente de endemismo social y de pérdida de valores de la persona. Pues la vida de pareja raramente es un camino de rosas, sino más bien una carrera de obstáculos, que ambos, hombre y mujer, han de superar bajo el principio del respeto mutuo. Sin embargo, algo muy contrario es la moral social que se desprende, a veces de manera bastante encubierta, de los mensajes que nos llegan a través de los distintos medios de comunicación, los cuales estimulan egoísmos personales y rechazo a la tolerancia mutua.
Por lo que si no reconocemos que detrás de estas muertes de mujeres subyace una falta de educación en valores de la persona, como son el respeto, la tolerancia, la comprensión, etc. Si no tenemos en cuenta que detrás de estos asesinatos hay una carencia de principios morales de los individuos, entonces no estamos aún en el camino de empezar a evitarlos.
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