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31/8/09

El patrimonio de la amistad

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¿Saben ustedes de una cosa que teniendo un valor superior al oro, se da y se recibe gratis entre las personas? Eso es la amistad. Los seres humanos somos sociables por naturaleza y necesitamos poseer amigos a lo largo de nuestra existencia. Walt Whitman, el poeta americano de “Hojas de hierba”, dejó escrito que “quien camine media milla sin amor, camina amortajado hacia su propio funeral.” (Una manera un tanto críptica de definir el desafecto o la soledad sentimental en el alma del hombre). Pero, ¿y quién camine por la vida sin amistades, adónde camina realmente?

Les digo esto porque el otro día tuvimos la suerte de reunirnos unos cuantos amigos de clase del Instituto y, como si las cosas de entonces hubieran sucedido ayer, estuvimos trayendo a la cabeza recuerdos comunes de aquel pasado, intacto aún en nuestra memoria: de los profesores que teníamos, a los que en buena parte debemos lo que somos; de otros compañeros ausentes, o peor: que se han marchado prematuramente al otro barrio; de cómo era el centro por aquellos años (finales de los sesenta), con sus normas en consonancia con el régimen de la dictadura; de anécdotas y peripecias que nos ocurrían, etc. Mas la clave de todo, estuve yo reflexionando luego, no fue la sola y simple coincidencia en el tiempo y en el espacio de aquellos muchachos que fuimos, sino la amistad que un día nos enriqueció a todos y que, transcurrida la friolera de cuarenta años (los mismos que Yahvé hizo vagar al pueblo de Israel por el desierto), atesoramos con cariño en el patrimonio de nuestros recuerdos.

Pero no todas las amistades son verdaderas, ¡ojo! Ustedes saben que en esta sociedad nuestra priman a veces otros valores que condicionan las relaciones personales. Y hemos de reconocer que existen intereses, de índole económica, laboral, comercial, profesional, política, etc., que son motivo de relaciones amistosas entre los individuos, y que igualmente pueden serlo de enemistad llegado el caso. También pueden darse afinidades sobre creencias, ideologías, aficiones, gustos, etc., que propicien y sustenten la amistad entre dos o más personas ¿Mas se puede estar seguro siempre de la lealtad de un amigo cuando intervienen en la relación dichos factores influyentes? Eso es algo que, desde mi punto de vista, tenemos que aceptar y entender siempre bajo dos reglas principales e inquebrantables: el respeto y la tolerancia. Mediante el respeto, en general, concedemos al prójimo, sea de la raza, origen o condición que sea, la misma dignidad personal que a uno mismo (no veo diferencia alguna con el mandamiento cristiano sobre el amor); y la tolerancia es el mejor antídoto contra las desavenencias entre las personas, los colectivos, y aun contra las guerras.

Por eso arriba les hablaba de la suerte de poseer amistades desinteresadas, como las que arrancan de la infancia y la adolescencia, las cuales se fraguaron en un tiempo en que no teníamos otras ambiciones que el vivir día a día con emoción el descubrimiento del mundo, y que permanecen de por vida agarradas a la parte social de nuestro ser. Amistades en estado puro que perduran latentes en muchos casos, y que sólo necesitan esa voz como Lázaro para que se animen y vuelvan a caminar.

Por eso me he permitido hacerles mención de un hecho particular: la reunión de unos amigos de la niñez como paradigma de un encuentro con el sentimiento personal de la amistad. Sólo acudimos doce a la cita (un número que alguien hizo notar con cierto misterio en torno a una mesa), y, al menos por un rato, creímos ver mutuamente en cada uno de nosotros al compañero que fue. Y aunque algunos nos tratamos hoy en día a menudo bajo el signo de otras relaciones más actuales (y quizá influidas por intereses o compromisos a que la vida empuja y lleva sin más remedio), por un rato, en dicha reunión, nos miramos más allá de lo que ahora somos, en busca del rastro de lo que entonces fuimos.

Me gustaría acabar citando los nombres éstos, pues por ellos van estas humildes reflexiones sobre el sentimiento noble de la amistad: Fernando, Mariano, Antonio, Ángel, Félix, José Luis, Paco, Melchor, Pepe, Andrés. Por ellos y especialmente por ti Manolo Balsalobre, que has tenido siempre el don de ser catalizador del buen compañerismo entre nosotros y, por años que pasen, continúas regalándonos lo más auténtico de ti mismo: tu sentido de humor y tu amistad desinteresada sin doblez.
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