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23/6/09
El inicio de los setenta
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En el anterior artículo les mencionaba la estrecha relación de la Parroquia de San Juan Bosco con el Instituto, entonces Laboral; y les apuntaba una visión del barrio, desde mi apreciación de alumno de primero de bachillerato.
Mas eran tiempos de cambios y para el siguiente curso 1969/70 algunas cosas eran distintas: los americanos habían llegado a la Luna, y tal hecho, en la medida que nos afectaba como habitantes de una España subdesarrollada donde en la mayoría de las casas no había cuarto de baño, hacía que encarásemos el futuro con la vana ilusión del dominio del Espacio. El patio del instituto ya no era el mismo: pues frente a la puerta del edificio, donde existía una fuentecilla redonda con peces de colores, rodeada de dieciséis parterres, que Zurrón el jardinero cuidaba de maravilla, habían construido esos pasillos arbolados con bancos que todavía están. En la iglesia de San Juan Bosco, cubriendo aquel techo desangelado en el que se veían las uralitas y se achicharraban los feligreses en verano, habían colocado el actual cielo raso; y el cura, dando ejemplo de modernidad posconciliar, había abandonado definitivamente la sotana.
Incluso el centro educativo había pasado a llamarse Instituto Técnico de Enseñanza Media y ya no habría que subir y bajar bandera formados en el patio y cantando la canción del Frente de Juventudes “Si madrugan los arqueros”. Aunque sí que habría que ponerse en fila a toque de silbato de Susarte para entrar a clase. También seguiría funcionando aquel curso el “apartheid” de sexos, tanto en las aulas como en los patios de recreo, donde el conserje patrullaba por orden del director para evitar que nadie cruzara la línea prohibida, y si el balón se nos escapaba a la zona femenina, había que pedir al bedel que nos lo echara.
Acabadas, por tanto, las vacaciones estivales debíamos formalizar la matrícula y pagar las permanencias. Pero antes de pasar por la Oficina, donde estaban Pepe Jiménez y José Luis Torres, algunos nos veíamos en la casetica del Salva y en la puerta de San Juan Bosco. Allí, recuerdo que Don Antonio Salas nos dio su sincera bienvenida al “Chache” y a mí. El Chache era Jesús Caballero Marín, un gran compañero llevado hoy por los vientos de la vida. Éste era un muchacho cordial y generoso; amigo sin fisuras, que cuando bajaba siempre por la acera del instituto, media hora antes de entrar a clase, lanzaba su balón de reglamento por encima de la valla, donde adentro ya había algunos “sacando pie” para formar equipos, como el Pingüi o Martínez el fotógrafo, que marreaba como nadie.
Empezaba nuevo curso y volvíamos, pues, al querido territorio de San Juan Bosco, donde pasábamos los mejores ratos. Por la Parroquia siempre hallábamos buena compañía: Pepe “el Vicent”, José Antonio “el Revoltetas”, Jesús “el Chérif” y su hermano José Luis, Pedro Sánchez, “Leonardi”, Manolo Romero, Ramón Ortiz, López Álvarez…, y otros muchos si sigo hurgando en la memoria. ¡Cuántas veces habremos visto a Pascual el sacristán poner y quitar el disco de las campanas en aquel tocadiscos Bettor-dual!, y ¡cuántas habremos observado a Don Antonio ponerse la casulla y besar la estola con unción!
En el instituto era otro el jefe de estudios y elegíamos ya al delegado de clase votando, aunque sin tener noción de lo que era la democracia. Por otra parte, algunos profesores comenzaron a comprarse coche, como Don Andrés Nieto, que traía un Erreocho; Doña Alicia, que venía con un Gordini; y Doña Pilar, que se paseaba con un Ochocientoscincuenta. El Director, Don Jesús Pinilla, poseía un Milquinientos, al que Pepe el conserje sacaba brillo con una bayeta amarilla de las de borrar la pizarra.
Inaugurado el año 1970, tras la Navidad, Don Antonio Salas, que seguía siendo nuestro profesor de Religión, y que más que adoctrinarnos, nos ilustraba y formaba como personas, nos alertó de que estábamos iniciando un periodo importante de nuestras vidas: “En esta década de los setenta os echaréis novia, muchos os casaréis, y la mayoría tendréis que elegir los derroteros por los que ha de discurrir vuestra vida”, dijo aquella mañana como una profecía que nos dejó pensativos mucho rato.
En aquel curso también, haríamos ejercicios espirituales en la propia iglesia de San Juan Bosco, donde Don Antonio nos recomendaría orar a Dios en el corazón de cada uno, pues “el beato es la caricatura del santo”, nos decía él, refiriéndose a quienes mucho rezan a las imágenes de palo. Luego nos puso en fila y nos confirmó a todos en un santiamén; de padrino colectivo ejerció Fernando Galindo, el que va por ahí retratando a la gente.
Por aquel entonces también, el cura, con unos cuantos alumnos, formó el grupo de Misión Rescate, que era una cosa que salía en la tele entonces y lo veían quienes tenía televisor, y se dedicaron durante un tiempo a escarbar en el cementerio moro en la Atalaya, pues la Medina Siyâsa aún estaba por desenterrar.
La Parroquia, por tanto, seguía siendo para algunos nuestra segunda morada, sólo que cuando había gente arrodillada en los bancos debíamos entra muy despacito; o bien el sacristán abría la puerta de atrás de la sacristía y nos hacía dar la vuelta por la calle.
(Continuará)
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