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3/3/10

El valor de la juventud

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Se han dicho muchos tópicos sobre la juventud, la mayoría de ellos inventados por quienes dejaron de ser jóvenes un día. Ustedes quizá conozcan ese que dice que “la juventud es una enfermedad que se cura con los años”. Vale, digo yo; pero cuándo es cuando una persona ya está “curada” de ser joven. Nadie lo sabe. Y mucho más difícil si hacemos distingo entre la condición física y la actitud mental del ser humano. Pues no me negarán que existen hombres y mujeres bastante entrados en años que viven la vida con una ilusión e intensidad de la que muchos jovenzuelos carecen. Personas llenas de proyectos, que no “pasan” de nada. Eso, en esencia, es juventud incurable, el “divino tesoro”, que decía el sabio.

Otro de los tópicos es aquel que asegura que “todo joven está obligado a intentar cambiar el mundo”. Me vienen ahora a la cabeza Los Beatles: indudablemente, aquellos zagales de Liverpool intentaron cambiar el mundo de la música moderna y lo consiguieron ¡Felices ellos! Pero también Cervantes intentó cambiar el mundo de la ficción literaria siendo ya cincuentañero y lo consiguió con rotundo éxito. Ya saben: me refiero a cuando escribió el Quijote.

También ha habido movimientos de jóvenes con la fuerza de una revolución, como el mayo francés de 1968, cuya mejor definición de utopía era aquel eslogan que proclamaban: “¡…Bajo los adoquines [de París] está la playa!” Pero también un solo hombre: Gandi, siendo ya bastante mayorcico él, hizo bajar la cabeza al más orgulloso imperio de todos los tiempos, al Imperio Británico, forzándolo conceder la independencia a la India en 1947.

Mas, ¿cómo podríamos definir la juventud? Pues de muchas maneras: Si atendemos a la edad y si entendemos que físicamente no somos más que química, ser joven es vivir un permanente estado hormonal que condiciona todos nuestros actos. Ríos de hormonas corren entonces por nuestras venas, al tiempo que la fuerza de la naturaleza se pone al servicio de dos fines básicos de todo ser vivo: crecer y reproducirse. Pero si atendemos a la actitud psíquica o mental, tener juventud es tener proyectos por realizar, mantener curiosidad por conocer cualquier cosa (sin la curiosidad el ser humano no hubiera salido jamás de las cavernas), y conservar la capacidad de asombro como si el mundo que nos rodea apareciera cada día por primera vez ante nuestros ojos.

Pero no pensaba decirles todo esto cuando me puse ante la pantalla en blanco, sino que quería hablarles del valor en alza que, en términos sociales, representa hoy en día la juventud. Fíjense en los anuncios de la tele, en las tiendas donde vayan a comprar, en los centros públicos de nueva apertura, etc. (Salvo lo de la Concha Velasco, haciéndonos partícipes de sus persistentes pérdidas de orina, cualquier producto se vende mucho mejor con rostros y cuerpos jóvenes; y aunque se trate de cosméticos o mejunjes para la piel, que supuestamente consumiremos los que vamos perdiendo el lustre cutáneo, los anuncian cuerpazos y bellezones de veinticinco). El otro día, yendo de compras, me preguntaba yo, ¿dónde trabaja la gente que ha pasado de los cincuenta?, porque hasta los sesenta y largos, años laborales son. ¡No la quieren! Según las reglas del márketing, y como no sea en la Administración, que una vez que has adquirido la condición de funcionario ya es hasta que la jubilación te separe, la empresa privada huye de contratar a la gente madura como de la peste bubónica. Sobre todo a las mujeres las prefieren jóvenes, aunque tengan acné en la cara. Olvídense ustedes de aquellos dependientes o dependientas bastantes mayores, que sabían más que las cucalas y que miraban a los clientes por encima de las gafas, pero que eran linces en su trabajo y poseían el tesoro de la experiencia. No; ahora siempre le atenderá una jovencita o jovencito, tanto para venderle unos supositorios, como para aconsejarle una colonia.

Incluso, ustedes lo saben, hay establecimientos que no sólo las quieren a ellas muy jóvenes, sino además, solteras; y ay de aquella que se case o, mucho peor: que se le ocurra ser madre: se le acaba el contrato en menos que canta un gallo. Dice el Gobierno este que trabajemos hasta los sesenta y siete, ¿en qué? Como no inventen el contrato a perpetuidad, díganme ustedes quién va a ir a pedir trabajo con sesenta y seis años? (y sepan que hay personas que a los sesenta y cinco, y después de haber trabajado toda su vida, aún no tienen siquiera el mínimo de cuotas para cobrar la jubilación). Hoy en día, más que experiencia, capacidad, aptitud y formación, los empresarios buscan juventud por todo currículum, aunque en algunos casos no sepa hacer un cero con un canute. Pero la juventud es el mejor valor.

Y que conste que, quizá mentalizado por los medios de comunicación e imbuido en esta sociedad que ansía ser joven a toda costa, a mí me encanta ser atendido en cualquier lugar por personas que están en la flor de la edad, como si fuera este “un mundo feliz”, de Aldous Huxley.
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