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25/2/10

Soñando con vacas

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Se cuenta en las Escrituras que el faraón tuvo una visión premonitoria, a la que ninguno de sus sabios logró hallar el significado. Dicen que vio en sueños hasta catorce vacas: siete gordas y siete más secas que los perros del Tío Alegrías. Pero miren por dónde llegó José, uno de los hijos preferidos del patriarca Jacob, y, ni corto ni perezoso, le descifró el sueño al mismísimo faraón. De modo que obtuvo por ello la gracia de la corte egipcia, pues no era moco de pavo el que aquel muchacho, sin haber leído siquiera a Sigmund Freud (todavía las obras de éste no habían sido traducidas al jeroglífico), fuera tan listo y tuviera la valentía de interpretar los sueños al todo poderoso lider del antiguo Egipto. No me extraña que los sacerdotes, ante tamaña osadía de aquel zagal, miembro de las posteriormente famosas tribus de Israel, se quedaran haciéndose cruces por no haber caído antes de la burra y haber sido ellos los intérpretes de tan intrincadas pesadillas faraónicas. (Ya recordarán ustedes: siete años de abundancia y siete de escasez).

¿Que por qué les traigo esto a colación? Porque este muchacho cejicircumflejo que tenemos de Presidente, con sus seiscientos asesores en nómina, bien podía haber llevado la cuenta del periodo de vacas gordas; pues es tan fácil como ir contando los años de bonanza y preparando mientras al pueblo para los tiempos adversos, como hiciera aquel gobernante bíblico: llenando los graneros de grano, estimulando el ahorro, ajustando el gasto superfluo en la Administración, poniendo coto a las ganancias abusivas de las entidades financieras, cerrando el paso a los especuladores y aconsejando a la gente el uso moderado de hipotecarse de por vida hasta el cuello. Pero, claro, es muy bonico tirar con pólvora de rey (lo digo sin segundas), ganar el dinero a brazaos y, olvidándose de mantener una buena economía de empresa, derrochar y gastar los pingües beneficios en caprichos de sólo se vive una vez y en bienes privados (hablo de algunos, bastantes, empresarios de Mercedes de la noche a la mañana y cruceros por las islas griegas). Por eso luego, al columbrarse el fantasma de la crisis y hallarse “descapitalizadas” muchas empresas, todo son ERE’s y mandar obreros al paro, e iniciarse el efecto dominó de la viciada economía nacional, cuya caída afecta mayormente a los dolidos huesos de los trabajadores. (Viciada por lo que tiene de círculo vicioso: cada vez menos empresarios y trabajadores tienen que mantener a más pensionistas y desempleados).

Pero volviendo al asunto de los sueños, nos cabe la duda de si habría recibido este hombre nuestro de la Moncloa alguna advertencia sobrenatural, alguna señal divina acerca de la llegada de la crisis (tengan en cuenta que él dice no tener demasiada fe en el más allá, lo cual juega en su contra, que hoy por hoy es la de todos). Pero eso nunca los sabremos. Además, el ganado vacuno, precisamente, no constituye una medida de riqueza en nuestro país, como lo fuera en el Egipto de hace tres mil años, y si no que se lo pregunten a los granjeros, que apenas sacan para ir rulando, como cualquier productor del sector primario. Ahora, por el contrario, quizá podrían tenerse como unidades de bienestar los apartamentos en primera línea de playa, los cortijos en el campo o los cochazos majos, como los Audis A8, por ejemplo, que son los que suelen utilizar los altos cargos, con cargo (valga la redundancia) a la sufrida espalda del contribuyente.

A pesar de todo, no debemos descartar el que este líder nuestro no hubiera podido recibir en su momento algún tipo de aviso, algún mensaje críptico, con o sin vacas, sobre la plaga de paro creciente que ahora soportamos. Si así fue, podríamos manejar la hipótesis de que la cosa cayera en saco roto por varias causas: por incredulidad propia en los sueños, porque sus asesores no dieran pie con bola en cuanto a la interpretación onírica o por simple olvido al despertarse por la mañana, que es lo más fácil; a mí me pasa.

Pero ya, puestos a maliciarnos de que tuvo una oportunidad perdida, y las vacas flacas le pillaron con el paso cambiado, ¿qué dirían ustedes que pudo ver este hombre mientras dormía la siesta? Yo pienso que a lo mejor se le aparecieron siete chalets en la Moraleja y luego siete chavolas en el Pozo del Tío Raimundo. Porque la clave de todo, eso sí, es el número siete: siete años de pelotazo y siete de estrecheces; siete años de trincar guita por un tubo y siete se comerse los mocos; siete años con los negocios boyantes y siete de ruina; siete de ostentación y de aparentar más de lo que uno es o tiene y siete de puerca miseria.

Ya sé que siete años duran más que una legislatura, y estos muchachos tienen más interés que nadie en espantar como sea esta crisis que nos lleva (se los llevará a ellos también), y si no hacen más es porque no saben. Pero si el sueño de las vacas ha existido en realidad, que el Señor nos pille confesaos.
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