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29/4/09

Empresarios para una crisis

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Varios son los males que padecemos a causa de la actual crisis económica por la que atraviesa España. Uno es el financiero: los bancos, arregostados a los miles de millones de ganancias durante los años de vacas gordas de las especulaciones inmobiliarias, cuando vieron aparecer tiempo atrás el fantasma de lo que en principio fue llamado “desaceleración” (por aquel entonces en el país cuyo gobierno ciego no veía la crisis, el ministro de economía estaba tuerto), se giñaron a la pata abajo y cerraron el grifo de los créditos, y, como ustedes comprenderán, la base de nuestro sistema económico no es otra que la circulación del dinero; si el dinero no se mueve de mano en mano y los fajos de billetes de 500 euros se quedan como estampitas de colección a buen recaudo en cajas negras, la economía se colapsa y aquí no se mueve ni un esparto.

Otro de los efectos indeseados, encadenado con el anterior, y el más dramático, es el paro. Nadie que tenga el sueldo seguro (funcionariado, políticos, banqueros, directivos de grandes compañías, etc.) podrá comprender jamás lo terrible que es el paro. Devastador. Hunde a las personas. El paro, al igual que las pulgas del perro flaco, ataca sobre todo a las familias de las clases más desfavorecidas: inmigrantes, trabajadores sin cualificación, obreros cuya vida laboral está próxima a la jubilación, personas que no poseen otra cosa que sus brazos para ganarse el pan, etc.

Tres millones y medio de parados no es sólo un número, son personas angustiadas por haber perdido uno de los derechos sociales más preciados hoy en día: el derecho al trabajo. Ni políticos de Audi con chofer, ni ministros reenganchados, ni diputados perpetuos, ni presidentes de gobierno con sueldo público de por vida, podrán saber jamás lo grave que es hallarse sin un puesto de trabajo, con una familia que mantener y con una hipoteca en los talones.
Pero hay otra consecuencia de esta maldita crisis que a mucha gente se le pasa por alto, pues de ella se habla bien poco en los medios de comunicación, y cuyos damnificados la soportan en silencio y hasta con vergüenza: la precarización laboral. (Por cierto, ¿dónde están los sindicatos que supuestamente miraban por los trabajadores).

El otro día me comentaba amargamente un albañil que con la crisis había vuelto a las condiciones laborales de los años 60. Se trata de un padre de familia que tiene que levantarse a las cinco de la mañana, hacerse 140 kilómetros, cumplir 9 horas de jornada y regresar a Cieza, y todo por algo más de mil euros al mes, y con la amenaza del despido a la vuelta de la esquina por falta de trabajo. “Tenemos que aguantar lo que nos echen”, decía el hombre, “pues a la más mínima te dice el jefe que si no te interesa, mañana no vengas, ya que hay mano de obra inmigrante de sobra, que aún se agacha más que nosotros y trabaja por menos”.

De acuerdo que el abuso al obrero no estaba erradicado del todo como la viruela; que la discriminación por razón de sexo aparecía de vez en cuando; que el pagar salarios por debajo del convenio colectivo era práctica de ciertos empresarios; que en algunas empresas no se concedían las vacaciones y los permisos remunerados a que tienen derecho todos los trabajadores; que no todas las horas extraordinarias se pagaban a quienes debían echarlas por obligación; y que algunos malos jefes aún practicaban la humillante fórmula del “¡si no te interesa, ahí tienes la puerta!”.

Es verdad que el Estatuto de los Trabajadores, la ley preciosa, en vigor desde 1980, parecía que no acababa de cumplirse del todo. Pero esto ahora ha cambiado: ¡a peor! Con la amenaza de la crisis en casi todos los sectores (pues la banca sigue ganando, no se lo pierdan) y los sindicatos apesebrados por el gobierno gobernante a base de subvenciones millonarias con el rollete de organizar cursos para trabajadores y funcionarios, algunos empresarios sin escrúpulos están imponiendo su trágala particular, (¡son lentejas…!), a muchos trabajadores indefensos. Éstos no pueden defenderse por sí mismos porque se hallan entre la espada y la pared, y bajo sus pies se encuentra el abismo negro del paro.

Entonces, si los gobernantes no aciertan y la banca no arriesga, es necesario que surja un empresariado imaginativo, emprendedor, cumplidor de las normas, sin pretensiones de ganancias leoninas y honesto con los trabajadores. Un empresariado que sepa invertir parte de los beneficios en la propia empresa, con el fin de hacerla crecer y asegurar su permanencia en el tiempo. Pues si, como era práctica común hasta ahora, todos los beneficios son retirados para enriquecimiento particular del empresario, la empresa queda a merced de un soplo de viento de la crisis.
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