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El otro día estuve comentando con unas personas cómo era el Cauce y lo que suponía para los bañistas en verano (¿se acuerdan ustedes del buen baño que había junto al puente de La Isla, en frente del Bar Rana?) Al final convinimos en que es una lástima que lo hayan dejado perder y desaparecer, como tantas cosas que hemos perdido y otras que todavía, si Dios no lo remedia, se perderán.
Es maravilloso el ver cómo en otros pueblos de nuestro entorno conservan y cuidan su patrimonio: sus edificios históricos, sus construcciones singulares, sus espacios de interés, sus jardines, etc. ¿Han visto ustedes las Fuentes del Marqués en Caravaca? Les aseguro que no hay que viajar a países centroeuropeos, donde nos llevan varias pleitas en cultura sobre el medio ambiente, para poder contemplar un rincón natural perfectamente cuidado y respetado.
Aquí en Cieza tenemos también lugares públicos idílicos, como las orillas del río: el Jardín del Puente de Hierro, la zona del Molino de Teodoro, el Paseo Ribereño, el Puente de Alambre, la Presa… Pero cuando no se ven restos de botellón, se ven cajas de pizzas, botes de bebidas, papeles, inmundicias, bolsas de plástico o “desechos del amor”. Es lo que hay. Por cierto, en el pueblo, por si alguien no se ha dado cuenta todavía, hacen falta ¡mil papeleras! y comenzar de una vez por todas a mentalizar a nuestros queridos conciudadanos, de que es más digno para todos disfrutar de unos espacios públicos sin papeles por el suelo, ni plásticos, ni colillas ni cáscaras de pipas, ni excrementos de perro; ni que esté el pavimento con manchurrones de helados, de bebidas, de chicles o de meados de perros.
Pero el tema de que les hablaba es ese gran canal por donde discurría buena parte de las aguas del río y que la gente llamaba entonces “el Caúce”, y que desafortunadamente ya no existe. Ustedes quizá sepan mejor que yo para qué se hizo esta antigua obra, no obstante lo mencionaremos sin precisar fechas. El objetivo era producir electricidad, allá a finales del siglo XIX (aunque al parecer movía primitivamente una fábrica con batanes). Por lo que, aproximadamente un kilómetro más arriba, se construyó una presa en el río con piedras y estacas de madera (¡nada más ecológico y “sostenible”!). De aquel gran remanso, donde en verano íbamos a bañarnos a placer, nacía, tras atravesar unas compuertas de madera en la margen izquierda del río, el Cauce. Sus aguas discurrían mansamente rodeando todo un fértil paraje que denominaron con propiedad “La Isla”.
La energía hidráulica del pequeño salto de agua que había al final producía electricidad para el escaso consumo de los hogares que se permitían el lujo de contratar el enganche (toda la instalación de una casa se reducía entonces a unas cuantas bombillas de 125 V, con cordoncillo de algodón y “llaves” de madera). La empresa se llamaba “Santo Cristo”.
Mas ante la necesidad creciente de la luz eléctrica en Cieza, construirían también la central del Menjú (¡ay, si vieran ustedes cómo está el Menjú…! Otro día les hablaré de ese maravilloso lugar sumido hoy en el abandono absoluto). Y luego, ya en la década de los cuarenta, harían un enganche a la altura del Madroñal en la línea de alta tensión que procedía de Cañaverosa, con lo que se solucionaría durante bastantes años el consumo eléctrico de Cieza (hay que tener en cuenta que hasta prácticamente los sesenta apenas existían electrodomésticos en las casas). Mientras tanto el pequeño salto del Cauce se limitó a proveer energía eléctrica al molino maquilero existente en el lugar, el cual, tras la posguerra había llegado a convertirse en fábrica de harinas: la Fábrica del Lavero.
Mas a pesar de que el mencionado canal, a partir de cierto momento, perdió la utilidad para la que fue construido, sus aguas limpias seguían discurriendo entre orillas de vegetación y dando hermosura a un paraje tan bonito como cercano al pueblo (¿se imaginan si hoy en día se pudiera recorrer el Cauce en barca?) Pero qué pasó; pues que en una riada que hubo, hará en torno a treinta años, se destruyó parte de la presa y ninguna autoridad se preocupó en impulsar su arreglo; entonces el Cauce perdió su caudal de “equilibrio ecológico” y empezó a convertirse en un “charco” cada vez más lleno de maleza. Incluso las fincas lindantes se fueron “apropiando” del terreno y ya poco queda de lo que fue esta arteria hídrica.
¿Se podría recuperar el Cauce?, pensarán ustedes. Por qué no, digo yo. Lo importante es tener voluntad de conservar nuestro patrimonio histórico, signo de nuestra entidad.
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