INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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18/3/23

Sobre mi novela «La patria que nos queda»

 .

Mi novela evoca, y al mismo tiempo propone como la mejor patria de cada uno, aquel tiempo de la niñez y primera adolescencia, precisamente en una época que el viento se llevó

Recuerdo cuando empecé a escribir el libro «La patria que nos queda»; mi intención era tan solo hacer un corto relato sobre cómo se vivía la enseñanza en aquellas escuelas rurales de antes, donde había clases multigrado y por la ventanas se veían, afanosos, pasar los hombres con las burras y las borregas, o las mujeres, cargadas con líos de ropa, que iban a lavar a los entradores de las acequias. Pretendía tan solo hacer una narración breve —pensaba yo, y lo explico en el prólogo—, pero hay cosas que se nos escapan a veces de las manos, y el relato creció, tomó cuerpo y se hizo novela. Los personajes empujaban en mi cabeza, como empuja una vida nueva desde el útero de la madre. Hubo entonces una explosión imaginativa que surgía casi de forma autónoma, y la ficción, como el universo real de los astros, que giran encarrilados en sus órbitas, empezó a expandirse y a ocupar cada vez más páginas, más páginas. La ficción también es una rama de la realidad, la más moldeable, la más sensible, la más etérea quizá, o la más pura, pero es la que hace al escritor sentirse como un dios en su sexto día de la creación.

«La patria que nos queda» alcanza una extensión considerable: algo más de 600 páginas, pero no es un tocho, no es de esas novelas con efecto ladrillo que cueste trabajo leer, no, ya que está estructurada en capítulos no muy largos: son en total 67 capítulos y un epílogo final (hay un muerto, ya lo advierto; ¿no dicen que en toda buena obra de teatro tiene que aparecer una pistola?; pues también en toda novela que se precie ha de haber al menos un muertecico). Cada uno de los capítulos está dedicado a un pequeño tema de interés, a unos hechos particulares o a un pasaje singular o divertido. (¡Ojo!, la novela en su conjunto, y exceptuando su dosis de tragedia, que haberla la hay, es divertida, y no porque el autor, o sea, yo, haya buscado especialmente el humor, sino porque en ella no se narra otra cosa que la vida misma, y, sin lugar a dudas, la vida siempre tiene una parte alegre, divertida; solo hay que saber sacársela, como el buen tallador de diamantes sabe encontrar las facies de éstos cuando no son más que meros pedruscos sacados de la tierra.)

El tiempo en que se desarrolla la acción pertenece a la década de los sesenta del siglo XX; concretamente, se centra en el curso 1965-1966, y el marco geográfico son los parajes donde habita una sociedad rural, campesina o huertana, de labradores u hortelanos, y una escuela. Una escuela de aquellas que había por los campos, situada en un lugar cualquiera de un pueblo cualquiera (los nombres y los topónimos son todos inventados, producto de mi invención, así como los nombres de todos y cada uno de los personajes). El libro en su conjunto es ficticio, nacido de la imaginación de su creador, que es un servidor de ustedes, pero basado en hechos reales; en más de un noventa por ciento de todo lo que ocurre en el relato de ficción, ha ocurrido de verdad, por muy rocambolesco, gracioso o funesto, que parezca. Aquellos eran otros tiempos; era otra realidad, que el viento de los cambios se llevó, y es la que encontramos leyendo «La patria que nos queda».

En la década de los sesenta, y en el ambiente campesino, el atraso aún era bastante patente, aunque no mucho en relación con la sociedad urbana de los pueblos, en cuyas casas apenas existían los electrodomésticos, cundía el analfabetismo en las personas mayores y en casi ninguna vivienda había cuarto de baño. Mas en los campos, ¡ay!, a todo lo anterior, se sumaba el aislamiento, la carencia de electricidad y agua corriente, el corsé de las viejas tradiciones en los modos de vida y el sistema, casi servil, de la explotación de la tierra, basado en señoritos y medieros: los primeros poseían las fincas y los segundos las trabajaban en régimen de aparcería en los esquilmos.

En mi novela «La patria que nos queda», el desarrollo de los hechos tiene como eje central la citada escuela rural, en un paraje inventado de un pueblo inventado, aunque se intuye por alusiones que nos hallamos en nuestro término municipal, en nuestra Cieza (alguna balsa de cocer esparto aparece), donde un maestro, humilde por sabio, se esfuerza en preparar a los muchachos y muchachas como mejor puede, en vista a los cambios sociales que se vislumbran. Cambios que muchos de los padres y madres no ven aproximarse; que mandan a los hijos a la escuela para que aprendan a leer y escribir y las cuatro reglas, y eso siendo varones, que siendo chicas, con que aprendieran a ser «mujeres de su casa» iban bien servidas; para que al día de mañana fueran esposas sumisas de un hombre bueno y trabajador, que supieran llevar para adelante las riendas de un hogar, que criaran hijos y que trabajaran en las tareas del campo hombro con hombro con su marido. Ese era el horizonte todavía para muchas familias.

Pero llegó la década de los sesenta y muchas cosas empezaron a tambalearse. En  la novela «La patria que nos queda» se va reflejando el seísmo social que pondrá todo patas arriba en muy pocos años. Y el sistema educativo cambiará; se construirá un gran colegio comarcal en el pueblo y los niños del campo serán llevados a él en autobús. Los docentes, maestras y maestros, dejarán de desplazarse por sus medios y a través de carreteruchas y caminos de tierra a las escuelas rurales, y éstas serán cerradas. El gobierno decretará programas de «igualdad de oportunidades» y empezarán a acudir a los institutos y aun llegar más tarde a las aulas de las universidades los hijos de los simples braceros y de las familias humildes del campo; se pondrán en marcha las famosas «becas salario», con las cuales los hijos de las familias humildes, no solo cubrirán los costes de los estudios, sino que otra parte de la cuantía recibida vendrá a paliar esa merma de ingresos familiares por la ausencia del hijo o hija estudiante.

En «La patria que nos queda» ocurren cosas; hechos enmarcados en aquella época pasada, aunque no tan lejana, pues la vida ha cambiado con mucha celeridad (en la prehistoria, de la piedra tallada a la piedra pulimentada hubieron de pasar miles de años, más del teléfono inventado, o patentado, por Graham Bell a los móviles de quinta generación ha pasado un suspiro). En la novela, los niños y niñas de la escuela, las respectivas familias de éstos, y el propio maestro nacional que los desasna, forman un entorno semejante a un agujero del tiempo, una ventanita a aquella época que el viento se llevó. No dejen de leerla; recordarán su propia patria que les quedó de aquella niñez tierna y querida, tan lejana ya en nuestras vidas cuando nos hacemos mayores y tan metida siempre en el corazón. 

©Joaquín Gómez Carrillo

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Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"