INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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14/8/22

Paisajes urbanos de Cieza, XIII

 .

Delicioso paisaje de la Casa de las Delicias, a la postura del Sol. Esta casa de antiguos señoritos, con su entorno rural, fue adquirida por el ayuntamiento a finales de los noventa con el fin de hacer allí un «hotel con encanto», pero ya saben lo que son las cosas de palacio; ahí está destrozándose sin solución. (Magnífica fotografía de mi amigo Paco Rodríguez Hortelano.)

El «Tío Tramusero» y su mujer se mataron en la Rambla del Moro. Una desgracia como otra. Los pobres iban sentados sobre un camión cargado de maderos y el diablo aquel día viajaba sobre ruedas. «¿Nos pued’usté llevar pa Murcia?», le habían pedido el favor al chofer cuando repostaba en el surtidor de la Esquina del Convento. «Por mí, si quieren subirse encima de los palos…», respondió el hombre encogiéndose de hombros. Entonces la vida era muy precaria y la posguerra fue hambrienta, piojosa, amedrentada y larga cual sombra de ciprés.

Aún estaba allí mismo la Posada de la Sorda, que luego la tirarían para hacer el edificio en cuyos bajos estuvo el Banco de Murcia (ahora la Caixa). En este banco ejerció de director mi pariente Félix Gómez, hijo de Cesáreo Gómez Semitiel y nieto de Félix Gómez Gómez, quién encabezara la extensa saga de «los Félix» en el pueblo, comerciantes y panaderos (la otra rama, la que se quedó fiel al terruño en el Madroñal, fue la de mi bisabuelo Guillermo Gómez Gómez). Mi pariente Félix Gómez, el director del Banco de Murcia en Cieza, había estado trabajando en Alemania y se trajo de allí un «escarabajo». Luego, en época estival, subía al Madroñal con el escarabajo (él y su esposa Maricarmen) y dejaba con nosotros a su primogénito, Félix Cesáreo Gómez de León, que se tiraba temporadas «endureciéndose» con la vida campestre. (Luego estudiaríamos juntos en el instituto, se haría espeleólogo en el GECA de la OJE conmigo, asistiría al Campamento Nacional de Espeleología de Ramales de la Victoria conmigo y, a partir de ahí, él se dedicaría a escalar montañas y yo, a bajar simas).

Como la Calle Mesones era entonces la travesía de la carretera general Madrid-Cartagena, pues había en la zona diversos negocios relacionados con el tránsito de viajeros. Donde está Correos era un solarón, un espacio de desahogo, y, la Calle Ríos se llamaba desde antiguo «Calle Herrerías», seguramente por los artesanos del herraje y la forja que en tiempos tuvieran por allí sus fraguas. También la Calle Cadenas, se llamaba «Calle Posadas», sin duda por la existencia antaño de estos establecimientos. Los nombres viejos de las calles no deberían cambiarse nunca, pues atestiguan las raíces de un pueblo; lo que fuimos y de dónde venimos; la génesis en definitiva de un entorno urbano, de nuestra Cieza. Pero eso no hay quien se lo meta en la cabeza a los ayuntamientos, que consideran el cambio de nombre de las calles un triunfo político.

Estos nombres que les he dicho son los que figuran en un plano que tengo del año 1878; sin embargo, en otro plano de 1924, que es el que hizo el ingeniero Diego Templado para el ensanche del pueblo, ya hay cambios: la que era Calle Posadas (Cadenas hoy en día) pasó a llamarse «Calle López Puigcerver», y la que era Calle Herrerías (Ríos en la actualidad) figura ya como «Calle Herreros»; aunque esto último se puede deber a un error de copia del nombre, pues no hay mucha diferencia entre Herrerías y Herreros. Otra cosa son los «herradores», que se dedicaban a herrar las caballerías, los cuales también los había en dicha Calle Mesones, al menos, mi padre habla de un gran maestro herrador, Frasquito, que tenía el herradero enfrente de las monjas Claras, al lado mismo de la «Posada de las Monjas». Existía entonces una gran cabaña mular y asnal y caballar en Cieza y era preciso «calzar» a los animales (lo normal era solo en las patas delanteras; aunque en diversas faenas, como en la trilla, se requería que fuesen herradas de las cuatro patas).

Al respecto, el oficio de herrador requería gran pericia para colocar las herraduras, pues no es lo mismo «dar en el clavo, que en la herradura»; además había que ser hábil para sujetar la bestia (a veces se hacía necesario ponerle el «acial», un instrumento con el que se podía sujetar el animal por el morro) y procurar que no se moviera mientras le rebajaba el casco con el «pujavante» y le clavaba la herradura de forma certera y segura con los clavos curvos. Miren hay una anécdota que relataba Luis Carandell cuando hacía las crónicas del Congreso de los Diputados; relatos que, en su buen hacer de periodista con trayectoria, no tenían ningún desperdicio. Contó una vez —recuerdo— que, en la diatriba enconada entre dos políticos opuestos, el uno le dijo al otro, afeándole su falta de concreción y acierto en el discurso: «¡…Su señoría es que da una en el clavo y cuatro en la herradura!»; a lo cual respondió al pelo el aludido: «¡…Es que su señoría no se está quieta!».

La Posada de las Monjas, después de muchos años cerrada, la tirarían para hacer un cine de verano, el «Cine Avenida», pero como era propiedad de los Olleros (los Pastor, del matadero, que hacían exquisitos embutidos), la gente dio en llamarle «el Cine Morcilla». Enfrentico del Cine Morcilla estaba el estanco de Quiles, donde mi abuelo compraba sus «caldicos de gallina» para fumar a escondidas de mi abuela.

En la Rambla del Moro aún no había puente para cruzarla, lo mismo que pasaba en la Rambla del Judío; en ambas, la carretera general (ya asfaltada desde la dictadura de Primo de Ribera) descendía curveando hasta el lecho salitroso y poblado de tarales. Abajo había, eso sí, unas pequeñas bóvedas, unas «alcantarillas», sobre las que cruzaba la nacional, con un firme de adoquines. Estas alcantarillas dejaban pasar la poca agua que bajaba normalmente por las ramblas. Pero cuando había tormentas y se formaban  grandes avenidas, se paraba la circulación por necesidad, hasta que descendiera el nivel de la escorrentía y permitiera el paso de los vehículos. (Es por eso que recordarán la desgracia del camión de bombas que explotó al chocar con el Correo en el paso a nivel de los Prados, porque no había puentes y la carretera atravesaba las vías para descender por la margen izquierda de la Rambla. Una hecatombe, en plena Guerra Civil, que la censura ocultó cuantos datos pudo para no «dar alas» al enemigo.)

El Tío Tramusero, por lo visto se dedicaba a la venta de tramusos o altramuces (para los andaluces, «shoshos»); gente humilde, que a saber por qué necesitaban su mujer y él desplazarse a Murcia aquel día, y, para ahorrarse el billete del tren, se pararon en la Esquina del Convento a ver si pasaba algún automóvil, daba igual el que fuera, que les hiciera el favor de llevarlos. Eso ocurrió por los años cuarenta, que la circulación era todavía muy escasa. De manera que vieron la ocasión de aquel transporte de madera que bajaba de Albacete y no le hicieron ascos; se subieron como pudieron al colmo y se sentaron dificultosamente sobre los palos. Pero dicen que el demonio nunca descansa y, en el descenso de la Rambla de Moro, se le romperían los frenos al camión, volcaría en el hondo, y los pobres tramuseros se irían al otro mundo en un abrir y cerrar de ojos.

©Joaquín Gómez Carrillo

 

2 comentarios:

  1. Magnifica crónica, como todas las tuyas, de la Cieza que fue. Gracias.

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  2. Un relato, como siempre, con nostalgia al pasado.
    Un saludo.

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Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"