INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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12/9/20

Siyâsa más mora

 .
Vista de la pequeña parte del yacimiento arqueológico de Siyâsa sobre la que han realizado actuaciones de cara a su conservación y exposición a visitantes.
Cada pueblo, cada municipio, cada lugar, es lógico que ofrezcan al visitante lo que tienen; y, la mayoría de las veces, o casi de todas, todas, se ponen en valor (es una terminología de moda: «poner en valor») con legítimos fines de explotar lo que sea de cara al turismo, y no siempre con resultados conservacionistas de ese bien que se posee, que puede ser de carácter natural: un entorno fluvial, un bosque de especies singulares, una montaña o una caverna de gran belleza geológica; puede tener interés antropológico: un antiguo molino maquilero, un histórico acueducto, unas norias para elevar caudales de agua, una vieja y ya en desuso fábrica de luz, restos de una tejera artesanal, unos hornos de fabricación de cal o de yeso, un pozo de nieve, etc. O puede ser, concluyendo, un bien arqueológico: pinturas rupestres, vestigios humanos de hace milenios, o restos de construcciones o poblados de siglos pasados y de otras culturas.

Y sobre tales bienes o patrimonios a veces se acometen actuaciones, mayormente con fines expositivos, de darlos a conocer (sacando unas perras ya de paso o gratuitamente); actuaciones que pueden ser incluso contraproducentes o perjudiciales para su conservación (un ejemplo clarísimo es la Cueva del Puerto: la han destrozado con el fin de meter gente), pero entonces priman los intereses (¿políticos?) de ofrecer urbi et orbi una publicidad: «aquí tenemos tal cosa, mirad, ved esto que poseemos, y que hemos sido capaces de ponerlo en valor» (aunque luego pasado un tiempo, a veces no demasiado, se deje de cuidar eso y se olvide; deje de ser interesante para el político de turno, que ha puesto su empeño quizá en otro asunto más de su agrado).

La cuestión importante es cómo se hace la explotación de ese bien, de algo que lleva ahí siglos o milenios, hasta que se pone la mano encima y empieza el deterioro y la destrucción. Un ejemplo: ¿cuánto tiempo no llevaban ahí los restos humanos de aquellos pobres «siyasíes»?; me refiero a la necrópolis árabe de nuestro Cerro del Castillo, al cementerio moro; ¿cuánto?; varios siglos, ¿no? Ahí, ellos, sepultaícos de costado y mirando a la Meca en sus tumbas estrechicas construidas bajo tierra, dentro del perímetro de la ya desaparecida muralla. ¿Habían hecho algo esos restos humanos para que nos metiéramos con ellos? No, pero un día, hace ya cincuenta años, subió por allí un cura con sus acólitos (el cura, con todo respeto, entendía de arqueología como yo de decir misa) y dijo «¡venga!, vamos a escarbar y sacar to estos güesos de los moros, que no sirven pa na!». Y un servidor de ustedes, que merodeaba casualmente por allí, al ver los fémures rulando por el terraplén, se atrevió a poner en tela de juicio aquella actuación: «Don Fulano, esto parece una profanación de tumbas». A lo que aquel hombre de Dios respondió tajante, con todo su genio que él tenía: «¡Anda nene, cállate ya!».

Estaba claro que con el destrozo de la necrópolis de Siyâsa, no se estaba «poniendo en valor nada», sino todo lo contrario, ¡qué tiempos! Los años pasaron y luego se empezaron a descubrir las casas del despoblado árabe (unas pocas casas de las muchas que se calcula siguen enterradas), pero con fines de estudio arqueológico; una labor importante, que queda de manifiesto con el gran Museo de Siyâsa de Cieza; aunque también con un mediano interés expositivo del lugar, para que las personas interesadas pudieran visitar esa pequeña parte excavada. Pero sin una solución de conservación que garantizara su perdurabilidad, su mantenimiento en el tiempo, ya que los materiales son muy pobres y se deshacen con las heladas, las lluvias, el viento, y lo que es peor: con las acciones vandálicas. (Ver al respecto mi artículo: «Una grúa en Siyâsa».)

¿Qué hacer y cómo? En estos casos es muy importante que los técnicos sean entendidos en el tema, que trabajen mano a mano con los arqueólogos, y, sobre todo, que hayan viajado. Yo tengo escrito en más de un artículo que los políticos, los concejales, deben viajar mucho y fijarse y tomar nota a donde quiera que vayan. Pues lo mismo para los técnicos que han de proyectar y realizar actuaciones sobre algo tan sensible. (Volviendo otra vez a la Cueva del Puerto, y obviando los afanes políticos de meter gente a la caverna, los técnicos que proyectaron las obras, ¡qué poco debieron haber viajado y visto sobre el particular! La mapa de ellas es Cantabria: no se ve un foco, no se ve un cable, no se ve una caja de registro y no se ve un gramo de hormigón ni de hierro ni de cemento; pues si visitan ustedes esta preciosa, que lo fue, caverna de Calasparra, aparte de estalactitas rotas, se hartarán de ver cemento, hierro, pasarelas, rebajes a barreno, cables y enormes cajas de registro de la instalación eléctrica.)

¿Qué han hecho en Siyâsa? No tengo elementos de juicio para hacer una crítica, ni, obviamente, conocimientos sobre la materia. Aunque hay cosas que saltan a la vista y hasta el más profano se percata: hormigón en el suelo, ¡madre mía!, grandes cajas de registro eléctrico a plena vista (en Siyâsa ya no se alumbran con candiles de aceite, ahora la medina está electrificada), tubos de plástico de conducciones eléctricas al aire; pero más llamativa es la evacuación de pluviales: un cacho tubo de PVC, con más curvas que la carretera de Abarán, sale del vallado por la superficie del terreno y evacúa sobre el propio yacimiento (hasta muchos metros «extravalla» todo es yacimiento). Se ve que al fonta le dijeron «tú ponlo ahí como sea y manda la factura, que ya vamos nosotros inaugurando»; con figurantes y to, pa que Siyâsa parezca más mora.
©Joaquín Gómez Carrillo

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Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"