INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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14/3/20

Por hablar de otra cosa

 .
Más flores, más flores, más flores....
Hay una novela del portugués José Saramago (premio nobel de literatura en 1998) que se llama «Las intermitencias de la muerte». En este libro, genial como todos los del autor, resulta que en un país indeterminado y en un tiempo inconcreto la gente deja de morirse; a día uno de enero comienzan a darse cuenta de que ya no hay fallecimientos, de que el ser humano escapa a las garras de la muerte; aunque las personas estuviesen en las diez de últimas, no se morían. ¡Qué alegría!, pues había llegado a ese país (no sabemos qué partido o qué coalición de partidos gobernaban) la tan soñada inmortalidad; pero, ¡ojo!, solo ocurría dentro de las fronteras de esa nación (no aclara el relato si también había cesado la muerte en las embajadas de dicho país y en los buques con pabellón del mismo, que como todo el mundo sabe son asimilables al «territorio nacional», por ejemplo, las «embajadas» catalanas en el extranjero serían territorio español sin lugar a dudas y una agresión a uno de esos edificios sería considerada como si la hubieran hecho a España misma).

Bueno, que pasada la euforia y el contento de los primeros días, en el libro de Saramago comienzan a suscitarse algunos problemas. Uno de ellos es de ámbito religioso: a la Iglesia Católica se le caen los palos del sombrajo (no hay que perder de vista que Saramago era de ideas comunistas y muy crítico con la Iglesia; de hecho se largó de Portugal y se afincó en Lanzarote cuando no le dejaron publicar allí su libro «El evangelio según Jesucristo), pues ¿cómo se iba a comer entonces eso de la «muerte y resurrección», si ni dios se moría en aquella sociedad?, ¿cómo iban a ganar la eternidad los católicos de aquel país si no pasaban por el trance de la muerte, como Jesús en la cruz? Porque, claro, casi todas las religiones cuentan con el acto de morir para pasar a otro estadio de la existencia; es más, el hecho religioso tiene su origen en la mortalidad del ser humano; cuando el hombre, allá en los albores de la humanidad, es consciente de que tiene que morir, piensa que esto no puede ser, se resiste a la idea de irse para siempre de esta vida, de pasar a la nada después de haber vivido, entonces necesita echar mano de algo, algo superior que le proporcione siquiera un poco de esperanza, de consuelo, y se hace creyente (por cierto, es posible que los elefantes tengan alguna consciencia de la muerte de sus semejantes, incluso puede que intuyan la suya propia, pero desconocemos si ellos también creen que hay algo más allá; un misterio…).

Pero aparte del religioso, el problema más gordo en la novela es social. Imagínense los hospitales hasta arriba de moribundos, de enfermos agonizantes; imagínense las residencias de ancianos y centros gerontológicos repletos de viejos, con todos los achaques habidos y por haber, y sin estirar la pata. ¡Menudo problema! Pero, ¡ay!, al gobierno se le plantea otro mayor: la economía se hunde, pues no solo aumenta de forma desorbitada el número de pensiones que se han de pagar, sino que tanta persona grave y dependiente conlleva unos gastos tremendos, que al país se le hace difícil soportar (dicen por ahí que el coronavirus, un organismo mortífero y perfecto para ir contra la salud de las personas, ha sido creado y manipulado científicamente en los laboratorios chinos pensando realizar una «criba», una selección natural, y cargarse a los flojos, a los viejos y a los enfermos crónicos, y luego se les ha ido de las manos; ¡qué barbaridad!, ¿cómo se le ocurrirá a la gente decir eso? Yo no me lo creo).

Entonces, qué dirán que pasa en la novela del portugués, pues que surge una organización mafiosa, corrupta y corrompedora (algo así como el caso Correa en España, que dijeron los magistrados que era el «cáncer de las administraciones»: ayuntamiento u organismo administrativo que tocaba, lo corrompía). Y esos fulanos del libro se dedicaban a sacar moribundos de forma ilegal fuera de las fronteras para que hincaran el pico. No hacían más que traspasar la línea fronteriza e inmediatamente morían, ¡así de fácil! Claro, el gobierno, sujeto a las leyes, no podía realizar de manera oficial ese trabajo sucio. Por tanto se alió con los mafiosos para eliminar en lo posible gastos de gente en fase terminal o ancianos chochos más viejos que Cascorro. Pues lo mismo que antes he comentado de las religiones, asimismo las sociedades políticas están montadas sobre la seguridad de que tenemos que morir, y si falla la muerte (y si me apuran, si sube en exceso la esperanza de vida), también se caen los palos del sombrajo. ¡Un desastre! ¿No ven como interesa el tener una legislación avanzada sobre la eutanasia? ¿Qué pintan los enfermos en fase terminal o los «grandísimos» dependientes? (Comentan por ahí que en Holanda, si eres muy viejo y te pones muy malico, mejor no ir a los hospitales, pues en seguida dicen los médicos: «…este, ¡pa poca salud, ninguna!» y te dan un chute de «morituri» y a otra cosa mariposa; pero yo pienso que tampoco será así, que contarán con los familiares…)

Bueno, qué les iba a decir (ahora ya en serio); que escuchen bien los consejos de las autoridades sanitarias, incluidos los de los políticos, qué le vamos a hacer. Que se laven mucho las manos con jabón, que aireen sus viviendas o lugares de trabajo, que no se metan en aglomeraciones de gente, que se queden en su casa, en su pueblo o su ciudad y eviten el contacto físico, pues nunca se sabe. Y a ver si viene por fin el tiempo de las brevas y nos olvidamos del jodío coronavirus.
©Joaquín Gómez Carrillo

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Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"