Millones de melocotoneros abren sus flores en los campos de Cieza |
Una vida humana no es más que un suspiro si la comparamos con el curso largo de la historia. Pero aun así, en la mayoría de los casos, cualquier persona puede apreciar la evolución y los cambios ligados al tiempo, entre ellos los que se producen en el paisaje. Y en relación con Cieza, su aspecto actual, tanto del espacio urbano, como del paisaje rural, nada tienen que ver estos si los comparamos con imágenes de nuestro recuerdo, o de algunas fotos en blanco y negro que nos sorprenden. El pueblo ha cambiado mucho; quizá ha cambiado con nosotros (¿o es que acaso somos los mismos de entonces, de cuando las mujeres todavía bajaban a lavar de rodillas al río, bajo el Puente de Hierro, mientras los chitos se capuzaban en cueros vivos?).
¿Cómo era el paisaje urbano de Cieza, sus calles, plazas y edificios, hace más de cincuenta o sesenta años?, ¿o cómo era el paisaje de sus huertas y sus campos entonces? Sin duda, muy distinto; como lo eran también los modos de vida de la gente, asunto que influye siempre en el medio ambiente que nos rodea y que el ser humano va cambiando por una razón, inherente quizás a su condición, de «enmendar la plana» a la naturaleza. La diferencia entre unas calles polvorientas y desiertas de coches, por donde antes circulaban a su antojo las burras aparejadas, los carros y los ganados de cabras, y un medio urbano, el de ahora, atestado de vehículos, ¡que ya no cabe uno más!, hay gran diferencia. Los cambios son necesarios en toda sociedad, y el que sean para bien y para mejorar nuestra calidad de vida depende de nosotros mismos. Así de sencillo. Vamos a ir cambiando las cosas para mejorarlas, para vivir mejor, para que nuestra ciudad sea más confortable y acogedora, más bella.
Bien, ¿y cómo eran los campos hace más de diez o doce lustros? Yo se lo digo: «secanales» en su mayoría. Sí que estaban los regadíos «de portillo» bajo los quijeros de las acequias y las tierras regadas por los manantiales, como la gran finca de Ascoy, cuyo régimen de sucesión o herencia llegó a estar acogido a la figura jurídica de los «mayorazgos»; o como la llamada «Huerta» de Cieza, que se abastecía de las aguas caudalosas de la Fuente del Ojo, y donde existía el mayor olivar de riego de la región («¡de Cieza, las olivas!»), que se extendía desde la Sierra de Ascoy hasta la Plaza de España y desde Bolvax hasta más allá de la Ermita; luego, existía algún que otro enclave regado con bombeo u otros artilugios elevadores del agua, ya fueran mecánicos o eléctricos, como el «vergel» del Menjú; lo demás, secanos, agricultura extensiva salpicada de viñedos, olivares o almendros; y en su mayoría tierras de cereal: trigos, cebadas, avenas, centenos o jejas. Paisajes de sementeras que verdegueaban tímidamente a finales del invierno y principios de la primavera, y que adquirían el amarillor de las rastrojeras en verano. Desde la Corredera hasta la Macetúa o el Puerto Errao, existía una vasta extensión de bancales pajizos durante el estío, cortados por la línea recta del ferrocarril decimonónico, cuyos trenes avanzaban lentos con grandes fumatas al cielo en sus locomotoras de carbón piedra.
¿Qué se contempla ahora en gran parte de nuestro extenso término municipal? (365 kilómetros cuadrados tiene el término de Cieza, recuerden: como los días del año). Regadíos. Lo que antes fueron secanos, ahora son fértiles terrenos de riego; todo gracias al agua: el agua elevada con motores desde el río o las acequias, o el agua extraída del subsuelo con profundas perforaciones (cada vez más profundas, tras esquilmar en unas décadas el inmenso acuífero subterráneo de las sierras de Ascoy y de Benís, con una explotación «insostenible» del líquido elemento). De forma que millones de árboles frutales visten hoy en día los paisajes amplios de Cieza. De ellos se recolecta todos los años una cantidad ingente de fruta, que procesada en las cooperativas y almacenes, inunda las fruterías de Europa.
¿Pero qué aspecto presentan en estas fechas de febrero y marzo esas vastas plantaciones de melocotoneros, de ciruelos o de albaricoqueros cuando miramos hasta donde se pierde la vista? Pues nos ofrecen una visión mágica. ¡Cieza es mágica!, con su floración multicolor. Cada clase de frutales y cada variedad de los mismos, poseen un color y un tono distinto en sus flores. Sin embargo, desde los años sesenta y setenta del siglo pasado, esto ya existía. La floración de los frutales estaba ahí; los paisajes mágicos, efímeros como la propia hermosura de las flores, hacían su aparición todos los años; pero, ¡oh! paradojas de la vida, los ciezanos no nos dábamos cuenta de ello; nos parecía cosa normal, cotidiana, como cuando transitaban los ganados de cabras lecheras por las calles del pueblo.
¿Mas, cuándo fuimos todos conscientes de esta belleza mágica de nuestros campos floridos? Yo se lo digo: Cuando ciertas personas empezaron poco a poco, como hormiguicas pacientes, a abrirnos los ojos mediante una labor de publicidad, sobre todo fotográfica. (Luego, a fuerza de «machacar», tomarían nota las administraciones y se pondrían manos a la obra de cara al turismo.) Y ese pionero en difundir de manera incansable la magia de la floración y el encanto paisajístico de nuestros campos con sus fotografías no fue otro que Fernando Galindo, el mejor «embajador gráfico» de Cieza, ante las televisiones y allende nuestros límites y fronteras. Alguien debería reconocer ese mérito.
©Joaquín Gómez Carrillo
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