INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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14/7/19

El mes de la trilla

 .
Ya no hay eras en las casas de Cajitán
En la rueda del año y las estaciones, los labradores siempre tenían referencias temporales asociadas con la siembra y recogida de las cosechas de la tierra. Esto ocurría en los tiempos en que la maquinaria aún no se aplicaba de lleno a las tareas agrícolas; pongamos por caso, de los años 1960 hacia atrás, más o menos.

De todas las faenas trabajosas del campo, ni que decir tiene que la trilla era verdaderamente agotadora; y además se realizaba en pleno mes de julio, que es cuando más aprieta la calor; entonces era cuando había que “procesar” los cereales en las eras y obtener por separado el grano y la paja. Luego llegarían las cosechadoras, enormes y aparatosas, que las veíamos circular a paso de carreta por la Gran Vía (aún no habían construido la circunvalación por entre la Fuente del Ojo y los Casones, y todo el tráfico Madrid-Cartagena cruzaba por mitad de Cieza, incluidos aquellos peligrosos camiones cisterna que subían gas o gasolina de Escombreras, y, para el paso de los estudiantes del Instituto, colocarían el primer semáforo del pueblo en la esquina de donde ahora está el Pelae).

Las cosechadoras fueron ya el acabose para la explotación de las tierras de cereal (trigos, jejas, cebadas, avenas, centenos, etc.), pues no solo expulsaron del campo a las cuadrillas de segadores, sino que de un plumazo convirtieron en obsoletas las eras, esos círculos con superficie plana y endurecida por rulos de piedra, de obligada existencia en cada casa o grupo de casas en los campos (los notarios, ¡que jodíos ellos!, las llamaban en su jerga “eras de pan trillar”).

¿Por qué se hacía la trilla en tan caluroso mes? Por dos sencillas razones; una: se había acabado la siega, ya fuera en los campos de Cieza, ya en las planicies de Cajitán o ya en las llanuras (tierra y cielo) de La Mancha; y dos: cuanto más calentara el tuerto, mejor para triturar el cereal con los trillos. Los haces de la mies ya se habían sacado de los bancales hasta la era y se habían hacinado al borde de esta; las hacinas eran montañas de haces tan bien apilados y “casados”, que impedían que se colara en su interior el agua de las tormentas o que los desbaratase el viento; luego, sobre las hacinas (una de cada especie o variedad de cereal) se solía colocar algún espantapájaros para evitar en lo posible el latronicio de los gorriones, que acudían a cientos, o las bandadas de palomas; también era costumbre colocar una molineta de caña con el mismo fin, la cual, cuando arreciaba el solano por las tardes, se ponía a girar como loca.

Llegado el tiempo de la trilla, los haces se arrojaban al redondel y se esparcían de forma regular en toda la superficie; se soltaban y, con las horcas, se enmarañaba la mies hasta formar el “colchón” de la parva. Entonces había dejar canearse esta bajo el sol implacable; pues los trillos no se podían enganchar hasta que la solanera no estuviese en todo su apogeo. De las once para adelante ya podía ser el momento para empezar la faena. Entonces se hacía trotar las mulas (vueltas y vueltas) arrastrando los trillos, ya fueran de rodillos o de pedernales, o combinando ambos. Mientras que, mujeres y hombres (en la trilla no había discriminación por razón de sexos), afrontaban el penoso trabajo bajo los rayos de un sol de hierro fundido.

Cuando la cantidad de “cargas” a trillar era grande (la unidad de cereal segado era la carga: conjunto de 12 haces), y la faena se convertía en repetitiva día tras día, entonces los trabajos se volvían agotadores. Pues antes del amanecer había que recoger la paja del día anterior y meterla en los pajares, que bien podían ser de obra o bien de cañas y mantos de centeno. Tras ello, había que rociar la era con agua y, a veces, darle una pasada de rulo para endurecer el piso. Más tarde proceder al extendido de la parva, triturarla con los trillos, recogerla en un gran cordón diametral norte-sur, aventarla con las horcas, traspalear el grano con las palas de madera y cribar éste con las cribas. Después, medir el cereal con la “media fanega” y, a cuestas, llevarlo en sacos o costales hasta las trojes de los graneros, que solían estar en las cámaras altas de la casa.

(En las labores explotadas mediante régimen de aparcería, en el acto de medir el grano en la era había que apartar el “terraje”, que era la cantidad porcentual que pertenecía al “amo” de la tierra; lo cual se hacía muchas veces en presencia del “terrajero”, hombre de confianza o “cacique” del señorito).

 Dichas tareas finalizaban a la postura del sol, con los cuerpos molidos de toda una jornada de intenso trabajo y soportando altas temperaturas a la intemperie, en un ambiente de polvo picantoso, el de la era, que se metía por todos los poros de la piel; con la particularidad de que no había ducha ni cuarto de baño; como mucho, el pilón del aljibe; además, no existía la costumbre de “mudarse” el hato antes de los ocho días.

¿Qué restaba hacer después de arreglar los animales y cenar a la luz del carburo? Obviamente, derrumbar el cuerpo en un catre o un jergón de perfollas, y, entre las capas del sueño, esperar el canto del gallo del día siguiente para echar los pies al suelo.
©Joaquín Gómez Carrillo

2 comentarios:

  1. He jugado en la era, más no he trillado nunca; mira tu lo que nos hemos perdido por ser niños privilegiados, con el esfuerzo de nuestros padres.

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  2. Gracias amigo Pascual por tu comentario.
    Un abrazo.

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Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"