INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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13/1/19

El olmo de los "aforaores"

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Maltratada por el abandono, se halla en la Gran Vía esta caseta de aforos, bajo el único amparo del inmenso y frondoso olmo que crece a su espalda; árbol e inmueble deberían ser objeto de protección por parte de las autoridades
De un tiempo acá tengo que acudir tres veces por semana a una clínica de rehabilitación que hay por Santa Clara, pues me caí de un olivo la víspera de San José y me hice algo de pupa en el espinazo; pero todo va bien felizmente. El caso es que a la ida y a la vuelta, paso por “Morolandia”, o barrio de los árabes, por cuyas aceras suelen deambular después de venir del trabajo, con más hambre que el que se perdió en la isla durante el ramadán, y donde tiene sus locales comerciales: sus carnicerías del rito halal (ponen al pollo o el borrego mirando a la Meca y le cortan el cuello de un hachazo); sus bares de hombres, sus locutorios y sus supermercados, en donde venden productos exóticos traídos del norte de África, como especias a granel, teteras orientales o cachimbas al gusto egipcio (asunto que enriquece el comercio ciezano).

Yo a veces entro a comprar dátiles, que pone en el paquete que son de Túnez, pero que están envasados en Marruecos, aunque el tendero me asegura que son argelinos (¿no serán quizá de Elche, donde está el mayor palmeral de Europa…?); otras veces entro a comprar té verde, en cuya cajita se lee, en árabe y en cristiano, que está envasado en Marruecos, pero que es originario de la China (“todo el té es chino”, me asegura el hombre de la chilaba).

Hace tiempo, miren lo que me pasó: entro un día a una tienda moruna, cojo el estuche del té que a mí me gusta (ya me voy haciendo experto en saborear los verdaderos tés de hoja) y espero en la cola de los hombres, observando mientras tanto el tejemaneje. El tendero, con su gorro y su vestimenta árabe, sujeta un cuchillo grande con habilidad jifera y hace tasajos de un trozo de animal que no sé si es borrego, ternera o dios sabe qué (seguro que no es de cochino, ya que el “jalufo” les está prohibido por mandamiento religioso, como a los judíos). El fulano lleva las manos y los antebrazos untados de sangre hasta los codos, pues acucia la clientela masculina, que viene de trabajar del campo con sudor fosilizado, y éste pasa del manoseo de la carne al toqueteo de otros productos sin solución de continuidad (yo procuro llevar las monedas justas).

Veo que en un caja grande de cartón con manchas de grasa y mugre hay múltiples piezas de pan al gusto árabe, en donde los clientes, algunos, los pobres, con uñas de luto y manos de fogonero, tocan, tantean, palpan y escogen a placer aquella pieza que menos les disgusta (para ellos es cosa normal). Uno de los hombres, al ver que sólo llevo la cajita del té en las manos, amablemente dice al tendero que me despache antes (yo intuyo que le ha dicho eso). El tendero me mira y le responde algo a su cliente paisano al tiempo que eleva el cuchillo en el aire y me señala. Como no comprendo, pregunto sonriendo, pues sé de sobra que el hombre de los brazos empringados, más marrano que la araña, entiende y habla español. Pero este no me responde; él va a lo suyo. Entonces el cliente amable, que sólo chapurrea nuestro idioma para su gasto, me traduce lo que ha dicho el otro: “Que espere, que así aprendo”. ¿Aprender qué? Luego pienso que será verdad: hay que aprender de todo.

Bueno, lo anterior es solo una anécdota que me pasó un día que fui a comprar té verde a aquel comercio moruno, donde creo que ya no volví más, pues en el pueblo hay otras tiendas y otros tenderos árabes que han aprendido mejores costumbres de nosotros, al menos sobre higiene comercial. Pero en realidad les hablaba de mi paso por aquel barrio hacia la clínica de la fisio. Y, una de estas veces, me he fijado en el majestuoso olmo que hay a la espalda de la caseta de los aforaores. Creo que es el único que queda dentro del casco urbano de Cieza.

Por si alguien no lo sabe o se ha olvidado, en el pueblo hubo un tiempo en que se pagaban impuestos de portazgo por el tránsito de ciertos productos; de manera que había unos empleados municipales con la misión de aforar las mercancías transportadas en carros, caballerías o cargadas por personas, y cobrar el correspondiente arbitrio. Estos empleados eran los “aforaores”, y, como cobijo en su trabajo, ocupaban unas casetas estratégicamente situadas a las entradas al pueblo: en el Puente de Hierro, en la Plaza de Toros, en la orilla del Cauce, etc. De todas ellas, quedan en pie solo dos: la del Puente de Alambre y la de la Gran Vía, que deberían ser objeto de protección por ser construcciones históricas.

Pero les hablaba del magnífico olmo que hay en el Camino de Madrid, tras dicha caseta de los aforaores. Pues también sabrán ustedes que antiguamente la carretera general Madrid-Cartagena discurría por Ramón y Cajal, Mesones, Esquina del Convento y Camino de Murcia. Y mientras que, fuera del pueblo, la carretera estaba flanqueada por dos interminables hileras de pinos que la integraban perfectamente en el paisaje (una ardilla podía llegar desde Albacete hasta Cartagena saltando de pino en pino), a las entradas de Cieza, el arbolado cambiaba y dominaban los olmos. Las fotos antiguas dan testimonio de esto, pues había olmos, tanto en el Camino de Murcia, entonces Calle Libertad (donde estaba la Cárcel, ¡hay que fastidiarse!), como en el Camino de Madrid. Árboles que, por desgracia y por la indolencia endémica de los ciezanos, hemos ido perdiendo (quedaba otro cerca de la Residencia Capri, antes hospital y maternidad, y cuando construyeron los pisos, ¡oh casualidad!, se secó; primero pidieron permiso para cortarlo y ante la negativa de la Comunidad Autónoma, “se secó”).

Así que, reducto vivo de aquella carretera por donde pasó el rey fugitivo en 1931 y luego el tesoro nacional en 1936, queda el único ejemplar de olmo del camino. Sugiero yo a las autoridades, ¿pedir que se proteja de forma real, sería pedir peras al ídem?
© Joaquín Gómez Carrillo

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Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"